-¿Y bien?
- Quiero un café, el resto me da igual
-Bien
Silencio incómodo, como si el silencio pudiese acomodarse en un sofá de tercipelo granate. Silencio al fin y al cabo. Silencio y un perro estúpido, porque tampoco dice nada, es que es de peluche, no tiene nada que decir el pobre. Ahora es Álvaro quien habla y el Silencio se sienta en una silla de mimbre.
- ¿Algo más?
- Sí
- Te escucho
- Quiero palabras
Otra vez se ha levantado y se da una vuelta por la estancia. El Silencio, como de costumbre, se mueve con sigilo, claro, procura no molestar a nadie, pero siempre roza a alguien, esta vez ha sido a Álvaro, levemente pero lo suficiente. Se sienta ahora en el borde de la mesa, con actitud arrogante, todo bajo control. Álvaro mira fijamente a Laura.
- Palabras, siempre palabras. Estoy cansado.
- Lo sé
El Silencio se levanta repentinamente, el borde de la mesa es anguloso, es incómodo, mucho. Se interpone entre ambos, ahora es una muralla invisible. Pasan segundos, larguísimos y pesados, plomizos fragmentos de tiempo. El aire se ha vuelto tremendamente denso y el estómago se traga palabras indigeribles.
Otra vez con sigilo, deshace la muralla entre los dos y se aparta para coger una grata postura junto a Laura que comienza a hablar.
-Seré yo quien ponga en libertad las palabras que tanto cuesta pronunciar. Te quiero.
Y el silencio se deja caer en el sofá. Laura sobre él, Álvaro sobre Laura. Ya hay comodidad, silenciosa comodidad, satisfactorio cruce de palabras que se cruzan a continuación con besos y caricias y al margen, pero presente y al fin acomodado el sonido del silencio, los sonidos del silencio, “The sounds of Silence” en un tocadiscos.
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