
El número “n” venga, no es para tanto, “n” de nadie, “n” de nada. Nada, mira, cuaderno mío, lo contrario de todo. Como aquella niña de Nueva Delhi que apuntaba todo lo que veía en una libreta azul. Azul como el cielo que cubría los campos de trigo. Como el de la harina en la que se baña la luna todas las mañanas para estar blanca por la noche. La noche es tan oscura como los ojos del lobo. Y el lobo sonríe. Y la niña de Nueva Delhi lo apunta en su libreta azul.
Es cierto, sí, calla, los cuadernos están hechos para historias y versos. Para amor y poesía. Para llenarlos de historias. Para llenarlos desde el principio al final de desvaríos dementes, de esos de lo que se compone todo lo que es apuntado en una libreta azul. Para darles una vida, no una sucesión de números al azar. No para un cálculo que no servirá para alegrar a nadie ni para hacerle llorar de emoción. Unos números que no dicen nada. Ni aunque se llamen “n” porque son “n” de nada."
Pues nada.
Dejé de estudiar matemáticas.
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