martes, 2 de septiembre de 2008

Se me olvidó dormir

Se me olvidó dormir. No como se olvidan las llaves en un cajón, desde luego, ni tampoco como se olvida, siempre por interés, el olor de una carta. A mí se me olvidó dormir de forma que, por mucho que lo intentara, era incapaz de corresponder a Morfeo en el lecho. Como quien olvidase andar o respirar. Como quien olvidase amar, al fin y al cabo.
El caso es que, con Morfeo descorazonado y un gorro de dormir en el pelo, abandoné las sábanas, mi cuarto y mi casa.
Era una hora curiosa, esa en la que aun no han puesto las calles y una bruma negra inunda tal que un río en extrema calma el espacio entre edificios, esa bruma de los sueños rotos, de los sueños que caen y caen y caen por su propio peso. Sueños de plomo. Sueños revestidos de negro plúmbeo.
Ante mí circulan gondoleros oscuros. Las farolas derraman la luz sobre sus nucas y sombreros, ignorando sus rostros. No son sino borrones de tinta, se derriten bajo la luz y gotean una y otra vez sobre la bruma que, con calma, bebe de ellos y se engrandece. Inunda. Inunda los ojos, que ya no ven las islas que son los jardines, ni las barcas ni las torres de civilización acomodadamente creciente, con ese punto de esperanza con insomnio asomado a las ventanas.
Pero yo me puse mis gafas de buceo y encontré, flotando, un sofá negro y rojo que alguien habría tirado u olvidado, seguramente, tras ver las estrellas; esas mismas estrellas que flotaban sobre mi cabeza mientras las revisaban los de mantenimiento. Son bombillas pintadas de blanco, azul y amarillo, luces de navidad agrupadas como lo estarían las letras en la palabra “azul” o “sol”. Inseparables. Como un cuadro puntillista. Como ella y él. Unidos por cables invisibles pero indivisibles. Invisiblemente indivisibles.
Me senté en el sofá con cuidado, con las manos aún en el portal no fuese a ser que me cayera a la oscuridad y acabase en algún sitio donde no supieran de la existencia del café au lait.
Y emprendí mi viaje, chocando una y otra vez con alguna estrella más baja de lo establecido por e Sindicato de Mantenimiento Estelar (el famoso y revolucionario SME) y mirando con curiosidad le interminable escalera que parecía verse desde cualquier parte: la escalera al andamio eleva a los limpiadores del turno nocturno hasta los cráteres del disco lunar que, con un radio de 26 metros, reluce como la plata colgado de un hilo de pita.
Me crucé, a la entrada de la ciudad, con un curioso grupo de peones, máquinas como las de recortar las melenas de los jardines entre las manos y gorras verdes tapando los rostros.
-Se nos ha estropeado la máquina.-dijeron, inexpresivos.
De los aparatos caían adoquines, baldosas y cemento en pequeñas erupciones volcánicas y quedaban flotando en la nada, cachos de calle en el infinito. Comenté que debería ser divertido volar en una de esas, pero nadie respondió ni hizo ademán de vivir o existir al menos. Asique seguí mi camino y salí de la ciudad.
Y no volví.
En este mensaje en que mando en esta botella de agua que encontré flotando, pido, por favor, a quien la encuentre, que se despida de mis amistades, de mi musa y de mi mundo. Que les diga que estoy bien. Que aquí el tiempo no pasa. Que soy feliz viajando entre las estrellas en un sillón de cuero rojo y negro.
Pero también pido que, por favor, intente ponerse en contacto conmigo, lanzando una botella al infinito o excavando en las calles hasta encontrar esa bruma, esa nada de los sueños oscuros, y me diga cómo se duerme porque, a mí, se me olvidó.
Ahora, tiraré esta botella al vacío.

1 comentario:

Antonio A. dijo...

Dos partes bien diferenciadas:
1ª Parte (hasta "...asomado a las ventanas.":
Muy, muy buena. El texto te sumerge en el ambiente oscuro y frío de la noche y de la calle.
Polisíndeton y anáforas muy bien conseguidas. Es fenomenal la descripción; muy ágil.
2ª Parte (desde "Pero yo me puse mis gafas..."
Se va...En registro coloquial diríamos "desbarra". Yo me pierdo un poco.
Forma: "Así que..."
"En este mensaje que mando..."

Antonio A.