domingo, 2 de noviembre de 2008

Un ramo de gardenias en Nantes

Con humo de cigarro en los bolsillos y una colilla apagada en la chaqueta decidió tomar el tren.
Pero Francia quedaba tan lejos en el tiempo y el espacio que, al llegar a la ventanilla 402 de la estación central, le flaquearon las piernas y la voluntad.
Estaba en Moscú, en una estación de colores sepia, con gente en blanco y negro llevando su vida en maletas de ruedas de un lado al otro.
Con humo de cigarro en los bolsillos y una colilla apagada en la chaqueta pidió un billete para el transiberiano con olor a invierno.
Se sentó en el vagón.
Francia quedaba tan lejos que la forma más fácil de llegar a ella de nuevo era huyendo en dirección contraria.
Ahora estaba en un tren que traqueteaba entre la nieve y contra el hielo, atravesando llanuras propiedad del lobo y postes telefónicos. Se arrebujó en su chaqueta. Se le había pegado el color de la estación de Moscú.
Durmió sin soñar, como suele pasar cuando las obsesiones se mueren de viejas en algún rincón de la mente. Despertó pensando en Nantes y en un ramo de gardenias. Cinco veces. Cinco veces el mismo ramo de gardenias y el mismo Nantes.
¿Quién las sostiene? Se esforzaba por buscarlo. Las flores, un lazo, las sostenía una mano blanca. Su memoria ya no era lo que fue ni fue lo que era. Seguro que era ella. Pero quien sabe, quizá si se esforzase consiguiese encontrar tras esa mano otra mujer, otro rostro, otra sonrisa, y no se sentiría tan miserable por solo poder recordarla.
Pero no había manera. Seguía siendo ella. Siempre fue ella. Tosió. La chaqueta ya había adoptado el color ceniciento del tren y le abrazó con más fuerza.
Con humo de cigarro en los bolsillos y una colilla apagada en la chaqueta bajó del tren en la última estación y se sentó. Esta tenía matices de rojo oriente. Decidió tomar el tren. Pero Francia quedaba tan lejos…

En la misma estación, con pétalos secos en el sombrero y marcas de espinas en los dedos, una mujer decidió tomar el tren.
Se había despertado todas las mañanas soñando con humo de cigarro enroscándose entre los dedos de aquel al que no quería recordar.
Pero Nantes quedaba tan lejos que la forma más fácil de llegar a ella de nuevo era huyendo otra vez en dirección contraria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Alguien dijo eternidad?