domingo, 15 de noviembre de 2009

CUATRO COSAS Y UN CLIP

Su mundo en un bolsillo. Era tan sencillo. Cuatro cosas y un clip. Nada más. Podía salvarse metiendo la mano en aquel saco mágico de su chaqueta. Acariciar aquellos objetos tan preciados le bastaba para evitar horas tan profundamente deprimentes como las de los domingos por la tarde.

Una servilleta: la del bar de Isaías. Arrugada y desgastada en las esquinas.
Un llavero: souvenir de su última estancia en Tenerife. Folclórico y en desuso.
El tapón de un bolígrafo Bic: antigua guarida de chuletas varias.
La esfera de un reloj de propaganda: parado en la hora en que el mundo se redujo al bolsillo de su chaqueta.
Y un clip.

Tenía cuatro años cuando Isaías intentó robarle el triciclo el día de su cumpleaños. Cuatro años y algunos minutos más cuando su madre le curó las heridas que la pelea entre ambos había ocasionado en sus rodillas al rozar el suelo de gravilla del parque. Desde aquel momento, claro está, no volvieron a separarse. La unión hace la fuerza y en su choque comprobaron que sus fuerzas estaban tan a la par que más valía unirse.
Melinda fue otro cantar. No hubo peleas, no al menos de las que se curan con Betadine y “sana,sana”. Melinda eran un par de ojos negros tinerfeños imposibles de despegar de ese sitio donde las obsesiones acaban convirtiéndose en recuerdos imborrables. Melinda era un verano tras otro junto al mar. Se hicieron expertos en besos y hasta los clasificaron en diferentes categorías y modalidades. Competían por ver quién lograba el más excitante, el más original, el más extravagante y todos los adjetivos que puedan surgir en tres meses de estancia en las islas.
En la Universidad encontró muy útil reducir sus conocimientos a un trocito de papel minúsculo y junto a Nora, ideó un sistema casi perfecto de copia clandestina que les proporcionó importantes ganancias. Ingresos fundamentales para fines tan imprescindibles como charlas cafeteras, películas de cine mudo en sesión doble y medidas anticonceptivas para disfrutar repetidamente de placeres en aquel entonces prohibidos.

Desde entonces hasta ahora habían pasado ya 74 años. Más de siete décadas ajenas y extrañas.
Desde entonces hasta ahora sólo había añadido un clip al tesoro enterrado en su bolsillo.
Tenía 94 años, 4 hijos y 11 nietos.
Y un clip.


Dio tres pasos eternos hasta la barandilla del puente de hierro forjado que separaba su cuerpo del río inmundo y gris que envenenaba la ciudad. Durante 74 años había visto cómo aquel río se oscurecía a su paso bajo el puente en el que a diario se detenía cinco minutos después de comprar el periódico. Se metía la mano en el bolsillo, acariciaba sus recuerdos y sacaba el reloj que le recordaba la hora de partir. A las cuatro de la tarde, las campanas de la Iglesia se convertían en el último aviso para los pasajeros del tren rumbo a Francia, el exilio. Veía a Nora, su reflejo, cada día que pasaba menos claro en un río que moría un poco cada día.

Arrojó su mundo al río. A las cuatro de la tarde vio la esfera del reloj ahogarse en los sonidos del campanario, la servilleta de Isaías deshacerse en un gris difuminado y el tapón de bolígrafo bic perderse con la corriente.

Se guardó el clip en el bolsillo. Sabía que allí adonde iba encontraría seguro las cartas perdidas en el exilio que había estado esperando recopilar en aquel clip durante 74 años. Ahora las leería todas y después se las guardaría en el bolsillo.

3 comentarios:

David López dijo...

Dime por favor que esta historia no muere aquí...

Se escribe: "A la par" no "al apar"... (Todos cometemos errores ortográficos) ;)

Muy bonita historia, que espero que siga en una segunda parte por el bien de esas cuatro cosas que todos guardamos.

P.D.: Me debes una carta por enviar.

Rafa =) dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rafa =) dijo...

Muy bonito
En qué pocas cosas puede resumirse una vida...