domingo, 22 de noviembre de 2009

Un paraguas rojo en medio del Océano

Flotaba por la ciudad igual que aquel paraguas rojo lo hacía por el Océano. Con rachas de viento, envuelto en hojas secas, entraba en los bares en otoño, para salir entre olas de alcohol y tabaco cuando ya era invierno. Se bañaba en la espuma que dichas olas dejaban fermentar en su cerebro al día siguiente y como el rojo paraguas que era, como un paraguas rojo entre edificios azules y grises de mar, deambulaba por las calles.
A veces, daba vueltas sobre sí mismo, giraba y giraba, enloquecido y entonces gritaba y el paraguas parecía un gigantesco plato rojo en el mar. Otras veces, simplemente paseaba, se dejaba arrastrar por la brisa de las noches tranquilas, placenteras. Era un pétalo de rosa en el agua.

Pero no dejaba de ser un paraguas rojo en el Océano, mirase donde mirase, no veía más que inmensidad a su alrededor. Por mucho que el rojo intenso de su alma apasionada gritara al mundo, por más que provocase maremotos y tormentas de locura y pasión en su deambular, nadie apreciaba la belleza de un paraguas rojo en una ciudad gris.

Y un buen día de Octubre empezó a llover. No paró de llover en treintaiséis días con sus respectivas noches. Pero un paraguas rojo que flota en medio del Océano jamás da su brazo a torcer y menos aún deja de girar en el agua para seguir el ritmo que le marcan las mareas y las depresiones y la calma y los maremotos y la luna y la tormenta. Por eso, simplemente, dejó que la lluvia le humedeciera el esqueleto día tras día, noche tras noche hasta que el al fin, el paraguas rojo, empapado, se convirtió en una gigantesca mancha de sangre en el Océano. Una mancha que poco a poco se difuminó ante la fría mirada de los edificios grises, las olas que la disolvían en la marea incesante y el guiño que la única que advirtió su desaparición le propinó. Una Luna, que triste por no poder volver a iluminar un paraguas rojo en medio del Océano, aquella noche, lloró una estrella envuelta en una lágrima.

3 comentarios:

David López dijo...

Creo que somos demasiado cabezotas para dejarnos difuminar.

Linda forma en la que lo has escrito.

Ainara dijo...

... Por mucho que el rojo intenso de su alma apasionada gritara al mundo, por más que provocase maremotos y tormentas de locura y pasión en su deambular, nadie apreciaba la belleza de un paraguas rojo en una ciudad gris...//...Su mirada, señor, gritaba, pedía a gritos un poco de originalidad y locura. Pedía vida, pedía arte, pedía sol y lo quería ya. Pero una mirada así siempre será ignorada aquí abajo, como si no tuviéramos otras cosas en las que fijarnos...//...
Pero la ciudad tiene alma, en el fondo nos quiere, nos arropa, la ciudad se deshace en lluvia en fueros por ver caer el agua sobre los espejos. La ciudad crea microcosmos en correría y herrería. La ciudad se viste de colores los atardeceres de verano...Aparecerán más paraguas rojos.
Muy lindo texto. Lindísima mancha de sangre. Me ha encantado la mancha de sangre...mi pobre Ilusión solo pudo ser una mísera mancha de tinta... quien fuera de color rojo sobre el gris del mundo!

Anónimo dijo...

¡ah! vale, ya lo he pillado, era algo más de temática que de estilo... pensaba que era algo que tenía que ver con estructuras, cosas técnicas, frías, grises y asquerosas. Pero no, será que ayer me dolía la cabeza, me dolía, sí y mucho, creo que se llaman migrañas postprandiales por falta de siesta. (Creo que debería haber contestado con un cometario bastante menos estúpido o bastante más original, pero hoy tampoco me he echado la siesta...)
Quien lo fuera sí... sobre todo hoy y ayer que todo parece ECG plano piiiiiiiiiiiiiiiii