martes, 24 de febrero de 2009

Agujeros de gusano

“Los agujeros de gusano que atraviesan ustedes de un lado a otro de la ciudad, me desconciertan.
¿Recuerdan ustedes al viejo Dan? Pobre viejo Dan no era la típica persona que ustedes podrían recordar. ¡Ni yo! Pero ahora, al subirme aquí arriba y al observar de la ciudad las arterias, tubos, nervios y socavones, agujeros de gusano infecto que son ustedes, he recordado un frase, un detalle, un destello de genialidad que tuvo aquel pobre diablo, pobre viejo Dan, antes de desaparecer entre las grises carnes del monstruo, la metrópoli, Caín y Calibán.
Antes de que ustedes nacieran Dan sería seguramente un florero, enterrador o librero, ya viejo desde que montase el negocio, y apunto estoy casi de afirmar que viejo desde que aprendió a andar. Por tanto es de esperar que como la vida sigue y nunca vuelve hacia atrás, para cuando Dan llegó a este agujero infecto, pobre gris y enjunto, estuviera muerto ya.
Más de mil veces traté en vano de verle una muestra, un rastro de lo que pudiera ser una embalsamación, pero pobre viejo Dan solo callaba y callaba y miraba con esperanza a las puertas de esos vehículos, trastos, máquinas que queréis llamar “metro” y no son sino gusanos dentro del cadáver de la bohemia, la vida y, perdónenme si bebo un trago a favor, lo que un día fue esta ciudad, la gloria.
No crean que porque me tambalee me voy a callar, aun recuerdo los ojos del pobre diablo, pobre viejo Dan. Eran sus ojos cual platos llenos de plata y no me di cuenta casi hasta el final que cuando bajaban los pasajeros parecían ser tragados en las aguas plateadas de estos cuencos. Se sumergían en baño de plata y, de noche, cuando con los ojos abiertos dormía en ellos parecían aflorar las vidas, las almas que el viejo Dan, seguro que como venganza, tragaba de día y recordaba de noche.
Este pobre diablo, Dan, un día, me habló, de noche, bajito y yo me acerqué asombrado por este milagro. No le oía. Me acerqué un poco más y conseguí distinguir, entre susurros que siguiera yo por él su labor, que rescatase de las puertas del metro las vidas que se funden en el gris de las calles, empresas, allí arriba y quizás así encontrase…nada. Calló. Pareció dormir y al día siguiente había desaparecido.
Desde entonces trato de recordar, casi sin acordarme ya del viejo Dan, las caras de ustedes, autómatas, los destellos de vida que en vuestros ojos parezco ver, en busca de lo que el viejo Dan buscaba, sin saber que es y planteándome si algún día lo supo él.”
El mendigo se bajó de la caja que Joe había dejado olvidada en la estación, suspiró, y esperó la llegada del siguiente metro, 3:15.

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