jueves, 15 de enero de 2009

Lo que fue de la caja que Joe dejó olvidada en el banco rojo de la estación.

La caja, sentada en el banco, esperaba al tren de las tres treinta. Alexey, abandonado, olvidado en el banco de la estación, esperaba a las tres treinta. Supongo que era su destino encontrarse.
Ella era una caja de cartón, pequeña, treinta centímetros cúbicos de acartonado misterio. Alexey guardaba dentro de su cuerpo ojeroso y descuidado cartas, retratos y algún que otro calendario.
Supongo que fue el destino también el que empujó a Alexey a tomar la caja y a subirse al tres de las tres quince.
La colocó sobre el escritorio de su apartamento y la miró.
Ahora bien, es curioso como el hombre puede deshacerse de su propia alma. Puede dejarla abandonada en un beso callejero o puede volcarla en un proyecto inútil como un avión de papel de tamaño natural- con el que volar hasta el Kilimanjaro, dirá- Alexey…Alexey sin embargo podía decidir dónde dejarla y qué hacer con ella, consigo mismo, con su persona. Tras años de trabajo monótono había explorado su mente en innumerables expediciones y, en una de ellas, se encontró a sí mismo, acurrucado, huyendo del mundo. Una vez localizado, el alma es fácil de mover, volcar, regalar o transformar.
Miró de nuevo la caja, tomó un papel amarillento del escritorio, probablemente un jubilado posavasos con restos de café y escribió:

Y Enero entrará por tu ventana, no la cierres. Estoy en el viento. Y los suspiros saldrán de entre tus labios. No los contengas. No me hagas de nuevo prisionero.

Antes de volcar su alma completamente en estas líneas, dejó a su cuerpo, colgado de una prominencia muy marcada en el cerebro, las instrucciones a seguir: habría de llevar la caja hasta el puente más alto y dejarla caer.
Su alma, unas pocas frases sin ritmo, entraron en la caja. Alexey entró en la caja.
El cuerpo de Alexey la tomó en brazos y la fue a tirar al río Loira. Y en el puente…tuvo que pasar en el puente.
Ella estaba sentada en el puente y le preguntó que qué llevaba en la caja. Alexey les oyó preocupado desde la caja. Me debí dejar el corazón encendido, pensó. Maldición.
El cuerpo de Alexey, mucho más decidido de lo que lo fue él nunca, siguió a la chica por la vera del río.
Se llamaba Elisa.
Un día, un mes después, el cuerpo de Alexey corría hacia casa de Elisa. Se sentó por el camino. No era tan independiente como para soltar de la caja. Y la caja pesaba. Ps, Alexey. Un trato es un trato, se dijo desde la caja. Lánzame de una vez al río.
-Pero entonces yo…no podré vivir.
No.
-Elisa.
Olvídalo. Es toda una vida. Demasiado tiempo. Esto es el final. Acabemos con ello.
El cuerpo anduvo despacio hasta el río mientras, poco a poco se daba cuenta de que no tenía un alma que ofrecer, y si la daba, si la regalaba, si se la entregaba…Si la entregaba tendría que…pero tampoco era completamente suya. Era eso. Un alma. Sin corazón. Era un ser radical mente idealista que no pensaba más que por sus tres frases. Palabras.
Ni su alma era suya. Nada era suyo. Este mundo, definitivamente, no era suyo.
Llegó al puente.
Elisa fue al puente como cada mañana, solo encontró la caja. La caja de Alexey. Nunca le había dicho qué contenía.
Empezó a llover. La guardaré yo o se mojará, pensó.
Pero Alexey no apareció ni al día siguiente ni al mes siguiente. Alexey no apareció. Sus ojos, se decía ella, tiene licor en los ojos. Resbala, plateado como por una botella medio vacía y me emborrachan. Dos meses. Sus manos, se decía, sus rasgos, perfectas líneas. Tres meses. Alexey. Suspiraba.
Al cuarto mes, abrió la caja:
El alma de Alexey, dentro, entrecerró sus –teóricos-ojos ante la claridad. ¿Qué habría pasado…?

Y Enero entrará por tu ventana, no la cierres. Estoy en el viento. Y los suspiros saldrán de entre tus labios. No los contengas. No me hagas de nuevo prisionero.

Un papel manchado, y unas frases.
Era Enero. La ventana estaba abierta. Suspiraba. Alexey.
Terminó Enero y, su último día, partió en mil pedazos el papel manchado y los lanzó por la ventana abierta. “…Estoy en el viento…”
Tomó la caja y la llenó de botes de pintura roja.
Elisa era pintora.
Un día de Abril corrió por los andenes con un bloc de notas y se dejó la caja olvidada sobre el banco rojo de la estación de tren.

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