lunes, 20 de septiembre de 2010

Escribirte (a ti) II

No logro escribirte. Lo intento, pero es inútil, no puedo. De pronto los puntos son tus pecas, las de la espalda y llego a tu barbilla escalando paréntesis, uno sobre otro. Si al menos pudiera descolgarme de las comas, que son tus rizos de pronto. Pero no puedo, lo siento, perdóname. Te dibujo en párrafos y te araño a tachones. Te acabo convirtiendo en insignificante significado porque no logro escribirte. Lo siento. Perdóname.

Me pierdo y he comenzado más de dos millones de veces (las he contado) Pero es que eres oración y me confundo. Me confundes y eres verso y vuelvo a caer en el bucle de tus dedos intercalando mis líneas. No consigo escribirte, dibujarte en mis palabras es desdibujarte en escritura porque apenas alcanzo a vislumbrarte sutilmente en un sujeto omitido; un predicado atronador te aplasta.

Te escondes en mis lecturas, al segundo repaso ya no estás y busco tu sonido entre consonantes poco sonantes, pero ni en silencio logro escribirte. Probar a alcanzarte entre líneas es tarea inútil, mi brújula enloquece en la segunda oración, algo más arriba de las perífrasis de tus tobillos. Las metáforas de tus rodillas, qué decir tiene, inalcanzables y tu torso, jamás he conseguido atisbar siquiera lo poéticamente insoportable que es.

La rendición, sí, puede que llegue, algo más allá del inútil intento de una búsqueda de frase última, cuando la imposibilidad de alcanzarte en tu boca hace que el éxtasis de tinta derramada me obligue, una vez más, a reescribirte porque no logro escribirte. Lo siento. Perdóname.

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