viernes, 12 de marzo de 2010

La sonrisa de Bogart


Era particularmente singular.
Tenía los ojos orientados hacia su yo más profundo, pero sus pestañas, sin embargo, apuntaban desafiantes al mundo que la rodeaba.
Los cordones de sus zapatos siempre fueron gris azulados por mucho que Bogart insistiera en que eran azul grisáceos y ataban con delicadeza un par de calcetines donde a diario guardaba los pedacitos de su singular particularidad.

Bogart era el único que sabía su secreto. Porque Bogart veía cómo cada noche ella desataba los cordones y del dobladillo de sus calcetines sacaba pedacitos de papel que colocaba ordenadamente en su mesilla de noche.

Sufría de insomnio. De falta de sueño. De insuficiencia de sueños. Y tras varios tratamientos fallidos ella misma encontró el modo de conciliar o más bien reconciliarse con Morfeo.

Bogart la entendía. Comprendía por qué era incapaz de construir una realidad distinta y distante cuando caía el Sol. Bogart sabía que mientras que a él, papel en blanco y negro pegado a la pared, recuerdo de cigarro y sombrero de un clásico estancado en el tiempo siempre le quedaría París a ella siempre le quedaría St Martin sur rive.
En los pedacitos de papel rescataba las farolas de St Martin, sus adoquines desordenados, sus zumos de plátano y fresa y verano, las golondrinas azules… Los rescataba en personas y antros del enjambre de edificios en el que sobrevivía, los colocaba en la mesilla y soñaba.

Bogart entonces la obervaba, rendida, convertida en un póster en blanco y negro revelado por la melancolía del recuerdo perdido en ensoñaciones. Era un póster en blanco negro postrado en una cama.

Ella era particularmente singular.
Ella era la sonrisa de Bogart.

1 comentario:

Jorge dijo...

CUENTO INFANTIL



Me pierdo en una sola mirada.

De la noche yo cociné miel,
de la miel construí una casa moribunda,
de la casa moribunda me escondí en un calcetín,
en el calcetín hice barcos de papel,
de los barcos de papel surgió la luna,
de la luna pinté la hojarasca,
de la hojarasca salieron techos de arañas,
de los techos de arañas,
me dí cuenta que era tu miedo,
de tu miedo se crearon ogros y monstruos.

Luego te observé muerta,
y por la muerte
supe que jamás habías existido.

*

Este poema es mio... Ahora lo comparto contigo, Zuriñe